viernes, 3 de abril de 2009

El corazón de la Selva Negra

Hará casi un año que volviera a cruzar el Rin para regresar de las tierras bárbaras a nuestra civilización, en auge desde que las legiones nos construyeran los acueductos y más tarde Telefónica nos ofreciera el ADSL, y desde entonces tengo que pensar en alguna razón, cada mañana al levantarme, por la cuál no tendría que cortarme las venas. Después de tanto llover y tanto nevar y tanta agua cayendo en este miserable cubo la sensación se va diluyendo, pero como todo cultivo dejado a la intemperie, comienza a rebosar de microalgas y bacterias y hongos y de mierda que se acumula de una manera que al tacto deja ya de existir un cubo y un fluido separados por distintas fases. Todo es uno, uno es todo, que aprendía el alquimista de acero. No solamente no dejo de contemplar el suicidio como opción viable para una mejora de mi calidad de vida, sino que siento una apatía tal, que el solo hecho de pensar en el esfuerzo que debo hacer para coger un cuchillo y cortarme las venas, me hace pensar definitivamente en el suicidio. Me llaman bucle, ¿porqué? Ahora lo verás. ¿Ver qué? Por qué me llaman así. ¿Así como? Por qué me llaman bucle. En realidad lo que yo creía es que me faltaban cojones. Pero los bárbaros me enseñaron muchas cosas.

Desde que era un puto criajo la sola interpelación directa hacia mi persona hacía tiritar mi próstata. El vocativo conseguía de tal manera relajar mi esfínter, que ser tildado de lo que popularmente se conoce como “un cagao” pasaba a ser la menor de mis preocupaciones. Lo que son las cosas. Hoy hay días, esos en los que me digo por la mañana, “venga, levántate, porque todos los días desde hace casi un año hayan sido una puta mierda no implica necesariamente que hoy también vaya a serlo”, en que deseo fervientemente que alguien me ofenda, me afrente, me tire una botella a la cara. El día en que eso ocurra podré decir “soy libre”, porque efectivamente lo seré, y me lanzaré a la arena hasta que alguien golpee el suelo con una mano; una de las dos reglas que deberían existir.

Decía el maldito mexicano que deberíamos ser como los perros, y en vez de marear la perdiz con vacuidades sobre tus gustos musicales o sobre los relatos de Cortázar que hayas leído, o sobre tus viajes, tus novias, tus putas, tus accidentes de bicicleta, tus cosas que quieres decir pero no puedes o no quieres o simplemente no te atreves a decir, tus represiones de jesuita falso; en vez de inflar globos gigantescos de aire que ni siquiera ascienden a la atmósfera y se quedan ocupando nuestro espacio vital, lo que deberíamos hacer es olernos el culo unos a otros. Si te gusta, adelante. Si no, límpiatelo más a menudo. Esa tendría que ser la otra regla.

Hay más. Siempre he creído que la valentía consistía en tirarse desde un octavo piso. Pero no. La valentía consiste en seguir estudiando ese pasaje al piano que nunca te ha salido, consiste en seguir calculando esas corrientes que entran a un reactor de transesterificación aunque sepas que el proceso no es rentable. La valentía es lanzarse contra ese muro aunque ya te hayas partido la crisma varias veces. La valentía es que haya un negro en la Casa Blanca o que un coreano loco lance un satélite al espacio. La valentía, escuchadme bien, es seguir investigando la fusión fría. No digo que sea rentable ni bueno, solo que es valiente. Y paseando a las 4 de la mañana en bicicleta por las orillas del Dreisam, uno se da cuenta de que puede ser dueño de su propio destino, y en realidad siempre lo ha sabido pero nunca (el vocativo “tú”) se había atrevido a realizarlo. Y otra cosa más (“tú, eh, tú”) de la que uno se da cuenta es de que en la carrera vas por detrás de mucha gente, y tienes que correr (“sí, tú”), muy rápido, hasta que salten los músculos de las piernas, siempre hacia delante, y no importa en qué dirección. Correré hasta que se me desgasten las plantas de los pies, hasta que los callos sean tan duros que no necesite unas molestas zapatillas, y no importará la dirección, aunque siempre estaré mirando hacia el mismo sitio, el sentido siempre será el mismo, hacia delante, igual da norte sur este oeste, las piernas siempre irán por delante, pero la mirada estará clavada siempre en el mismo lugar, apuntando directamente hacia el corazón de la Selva Negra.

Vaya basura, perdón, necesitaba desahogarme.

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