sábado, 5 de julio de 2008

Una historia triste

Hola niños. Hoy os contaré una historia, una historia muy triste, la triste historia de un equipo de fútbol, de su ciudad, y de sus tristes gobernantes.

Érase una vez un equipo llamado la Udeese que tiempo ha lo mismo le metía cinco goles al Barcelona que se jugaba el ascenso a primera en el segundo partido de la Promoción contra algún grande de nuestro fútbol como el Albacete. A la gente le ilusionaba y se iban al campo de fútbol a apoyar a un rumano que estaba en la portería y a gritar “¡uh uh uh!” cuando el balón lo cogía un negro. La Udeese aquella era una sociedad privada, y como toda empresa arrojaba sus beneficios y sus pérdidas. Durante años los directivos de la Udeese se lo llevaron crudo, pero llegó un momento en que el equipo dejó de ilusionar, dejó de llenar de alegría los corazones de los niños, dejó sin algo mejor que hacer a cientos de jóvenes neonazis que veían cómo su vida perdía el sentido de su existencia, algunos incluso se asomaron a su propio interior y al preguntarse cuál sería ahora su telos colapsaron sobre sí mismos; el equipo jugaba como nunca y perdía como siempre, cuya traducción directa de los pasquines deportivos viene a ser: jugaron como el culo, perdieron todo lo que podían perder, y a la gente empezó a importarle una mierda lo que hiciera la Udeese. La gente dejó de pagar sus entradas.

Los pobres empresarios descubrieron de pronto las bondades del estado del bienestar y de la intervención estatal, y así comenzaron a pedir dinero público para salvar al club, porque como es lógico hay que socializar las pérdidas y las ganancias, aunque casualmente de momento sólo habría pérdidas. Entonces, el dueño de la ciudad, un tipo de siempre buen humor, que gustaba incluso de reir en los momentos más adversos junto a sus oponentes, decidió intervenir para ayudar a los pobres empresarios. Para ello, iba a recalificar unos terrenitos junto al campo de fútbol, para que los pobres empresarios los pudieran vender y sacarse unas perrillas, y así de paso ayudaría a los pobres promotores y constructores, que en aquellos momentos también lo estaban pasando muy mal.

Pero hete aquí que los pocos aficionados que aún se ilusionaban con el juego de toque y de calidad de la Udeese se impacientaban, y comenzaron a insultar al pobre Señor de la ciudad cuando iba al campo de fútbol. Incluso aquellos pobres empresarios, movidos seguramente por el miedo de verse al borde del precipicio, decidieron hacer más sangre con el generoso Señor de la ciudad. Y entonces ocurrió. El dadivoso Dueño de aquella preciosa villa castellana compareció un día ante las cámaras, para decir que ahora no le salía de los cojones firmar la permuta para lo de los terrenitos aquellos, y no le salía de los huevos no porque el dinero fuera público y la empresa una sociedad anónima, sino porque le habían insultado, y ya se sabe que nunca hay que morder la mano que te da de comer.

Pero aún había un resquicio para la esperanza. Porque el opositor al Señor de la villa, un tal socialista, un tipo triste, pero triste triste, de esos que ves su cara en una foto y ya te entran ganas de llorar, un tipo tan triste que David Copperfield se reiría de él de lo triste que era su puta vida, aquel señor decía, después de escuchar al generoso y dadivoso Señor de la ciudad, dijo que aquello no podía ser así, que tenía que ayudar a los pobres empresarios, y si no lo hacía estaba actuando como un cacique dictador fascista. Y todo eso había que hacerlo así, no porque cuadrara con las teorías de algún materialista alemán loco con barba profusa, no, había que hacerlo porque “yo lo valgo”. Porque así, algún día la gran Udeese podría volver a traer la ilusión a aquella ciudad, volvería a llenar de alegría los corazones de niños y de insulina los de los diabéticos, llenaría de orgullo y satisfacción los marcapasos de los venerables ancianos con alzheimer de la villa que representaban un 60% de la población con derecho a voto, volvería a dar sentido a las vidas de los pobres neonazis que aburridos se dedicaban a dar hachazos en la cabeza de jóvenes descarriados, y el nombre de aquella ciudad volvería a sonar con orgullo por todas las demás ciudades del país, para que los aficionados de otros equipos más vulgares vinieran a nuestra ciudad a emborracharse y dejar su dinero a los pobres hosteleros, que también lo estaban pasando mal ahora con la crisis, y que indudablemente sería algo que revertiría en todos sus habitantes, para bien naturalmente.

Y si no ocurre tranquilos, porque el lunes es San Fermín, y al día siguiente se activará el LHC del ITER, y puede que sus agujeros negros destruyan toda la Tierra, y si no morimos por algún casual, pues comenzaremos a darnos cuenta de lo valiosa que es la vida y lo nimias que son las propiedades terrenales.


Y no me digáis que no tiene cara de triste, joder.