Sí, queridos y espontáneos (Larrake dixit) lectores de La Teta, he vuelto. Otra vez. Más o menos la decimocuarta, aunque debo reconocer que la interrupción de la tan interesante serie de “El Quinientoseurismo” se debió a factores totalmente ajenos a mi persona, tales como calificar a un oligofrénico por parte de algún licenciado como “El tonto del pueblo”. Porque será el tonto del pueblo, pero es “nuestro” tonto, porque vive más o menos cerca de mí, una reacción propia de hombres recios y con bigote, tostados al sol de la meseta. Algo muy español, para entendernos. El caso es que sin quererlo me fui dejando y dejando hasta perder la sensibilidad en los dedos, esa sensibilidad que me permitía atrapar las intensas emociones que precipitaban tras la ingesta de litros de Hefe-Weizen, y retenerla en mis yemas para luego darla a conocer al mundo, y que fue sustituida por el frío maquinismo del ingeniero que calcula datos y datos con hojas de Excel para encontrar la energía desprendida en forma de calor de un reactor, y terminar llegando al lugar de salida. El eterno retorno, o la máquina esta de almacenamiento de hidrógeno no funciona ni a hostias.
Después de mucho leer y poco escribir, todo lo que tenía dentro, enquistado entre células mucosas y plasma sanguíneo, es decir, mis ideas, tenía que explotar de alguna manera, y dando gracias de que no salpique. Por eso pretendo mantener un ritmo más o menos lento de publicación, pero ritmo al fin y al cabo, porque vomitar párrafos y párrafos sobre, qué se yo, el castúo, sí, se oye, se escucha el estruendo, devasta varios años luz como una supernova, pero luego no se vuelve a oir, colapsa sobre sí mismo, para acabar formando un terrible agujero negro internáutico donde los comentarios quedan pegados literalmente a su superficie, sin posibilidad de salir (dado que los comentarios vienen siendo información, y más allá del horizonte de sucesos ya no escapa nada, ni la luz). Publicaré cuando me de la gana, poniendo el acento en las corcheas que alegremente salgan de mi entrepierna, que es más o menos como en La Consagración de la Primavera: ahí no te encontrarás a un gitano dando palmas porque no hay forma humana de predecir por dónde va el ritmo, pero es continuo, fluye, fluye como aguas fecales camino de un sedimentador (no os quejaréis de las metáforas tan guapas que estoy escribiendo).
Por todo ello, y un poco lo demás allá, me doy la bienvenida al blog, y a continuación paso a contaros una cosa:
Reunidos aquí los presentes en este solemne acto, pasamos a despedir a nuestro antiguo dominio, ya difunto, Las divagaciones de B*s*l** en el B*ls*ll*, y encomendamos sus uerreeles a nuestro Señor Webomat quien ya lo ha acogido en su seno, el Paraíso de los Dominios. A continuación, y extraído directamente del Libro Santo de Webomat, el Libro de los enlaces al Amazon, entonamos todos juntos la siguiente oración, traducida aproximadamente por quien esto escribe:
SIEMPRE IGUAL CUANDO SE SEPARA
Oh, ¡hombres! Sí que soy feliz. Por fin tengo el coche de mis sueños: Un Citroen Berlingo. Sí, lo sé, nadie lo entenderá. Pero eso me da igual. Así es cuando uno es feliz. Entonces todo le da igual a uno. Mi abuela murió ayer. Da igual. Mi perro ha perdido una pata. Da igual. Mi mujer me ha abandonado. Da igual. Solo hay algo que me irrita. Ella se ha llevado todos mis discos de The Cure. Y la pata de mi perro. Normal que ahora también esté un poco enfadado.
España es funcionariado
Hace 14 años